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Las sacerdotisas de Apolo

Ningún otro mito puede servirnos mejor de introducción que el de la profetisa por excelencia, Casandra. Según el mito, Casandra, hija de Príamo y Hécuba, tubo un hermano gemelo al nacer, Héleno, y los felices padres celebraron una fiesta en el templo de Apolo Timbreo, en las afueras de Troya. Al anochecer, embriagados, regresaron al hogar, olvidándose de sus hijos, que pasaron la noche en el santuario. Cuando a la mañana siguiente fueron a buscarlos, los encontraron dormidos mientras dos serpientes les lamían los oídos; de esta forma Héleno y Casandra, purificados por el animal que simbolizaba a Apolo, adquirieron el don de la adivinación.

Otra versión del mito dice que Casandra había aprendido el arte adivinatorio de Apolo enamorado de ella. Una vez poseedora del conocimiento no quiso entregarse a Apolo y, en castigo, el dios quitó a sus palabras todo viso de credibilidad: en adelante Casandra podría adivinar el futuro pero no sería creída. Así, la hija de Príamo y Hécuba tuvo que asistir impotente a los preparativos de la guerra de Troya que ella había predicho, oponiéndose sin éxito a que entrara en la ciudad el famoso caballo de madera.

Apolo poseía de Zeus el conocimiento de los oráculos y de los destinos, pero Él daba a conocer la voluntad de su padre por la inmediación de la Pitia.  Se creía que el nombre de la primera Pitia era Femonoe, la compresora de las voces; ella fue escogida de entre las doncellas de Delfos y, como más tarde las Vestales romanas, estaba obligada a la castidad; no se exigía que la Pitia poseyese una inteligencia superior, por el contrario, cuanto más sencilla de espíritu, más apta parecía para los servicios a que se la destinaba.

Para profetizar la sacerdotisa se encaramaba a un trípode colocado encima del lugar en el que una derivación artificial vertía las aguas del manantial Casotis. Precedía  a toda consulta de la Pitia un sacrificio y sólo cuando el examen de las entrañas de la víctima presentaba síntomas favorables, entraba en escena la sacerdotisa de Apolo.  Ella después de purificarse entraba en el Adyton, vestida con un traje teatral que recordaba el de Apolo Musageta; bebía agua de la fuente Casotis, se ponía una hoja de laurel en la boca y teniendo en la mano una rama de este mismo árbol, se encaramaba al trípode.

Entonces los consultantes, que aguardaban en una habitación contigua, eran introducidos por turno y proponían sus preguntas, ya de viva voz, ya por escrito. La Pitia, embriagada al parecer por los vapores del antro, y cogida por el dios, caía inmediatamente en éxtasis. Esta crisis nerviosa no era siempre simulada, porque en tiempos de Plutarco una Pitia murió a consecuencia de ella.

Una de estas mujeres de Apolo fue Aristónica, pitia del santuario de Delfos que vivió durante la época de las guerras médicas (480 a.C.) y que ofreció a los magistrados atenienses un oráculo acerca de cuál iba a ser su futuro ante las huestes persas. De entre su profecía en verso destaca la parte interpretada por Temístocles que dice así:

 

“Mira, al ser tomado lo demás que contienen en su interior
la frontera de Cécrope y la gruta del divino Cicerón,
Zeus, de amplia mirada, concede a Tritogenia
que una muralla de madera
sea la única inexpugnable, que te servirá a ti y a tus hijos.”

 

Según Temístocles lo que los atenienses debían hacer era disponerse para una batalla naval, ya que era esto y no a las murallas a lo que se refería el  “muro de madera”. Poco después los atenienses vencían en Salamina.

Además del santuario de Delfos, existían en Grecia otros a los que se iba a consultar al oráculo de Apolo: en Beocia, los de Ocrefia y Tebas; en el Peloponeso, el de Argos; pero el oráculo más famoso, después del de Delfos, se encontraba en el Asia Menor, en Mileto, o mejor dicho, a poca distancia de la ciudad, en Dídima.

En él se adoraba a Apolo con el  nombre de Didimeo o gemelo. El fundador del oráculo fue Branco, adivino y purificador legendario, hijo de Esmicro (héroe originario de Delfos) afincado en Mileto. Según cuenta la leyenda mientras Branco cuidaba su rebaño en el monte fue amado por Apolo, quien le obsequió con el don de la adivinación por medio de un beso. Él fundó el santuario oracular de Dídima que fue atendido por sus descendientes. El nombre de la única sacerdotisa que conocemos de este santuario es Trifosa, citada en una inscripción tardía del año 200 de nuestra era. La sacerdotisa de Apolo Didimeo caía en trance extático de manera similar a la pitia de Delfos. El ritual también era bastante similar y la pitia sostenía entre sus manos una vara, se sentaba sobre una tabla, lavaba sus pies y el borde del vestido en agua sagrada, aspiraba vaporea, ayunaba tres días y se retiraba al adyton.

Remontando la costa de Asia Menor, se encontraba el oráculo de Claros, cuya fundación era atribuida a Manto, hija de Tiresias. Más al sur, en Licia, existía un santuario de Apolo en Patara; la sacerdotisa que los servía, antes de contestar las preguntas que se le dirigían, pasaba la noche en el templo, donde era visitada por el dios, produciéndose una especie de hierogamia entre el dios y la mujer.

En Mantinea existía otro templo de Apolo y las noticias de una de sus sacerdotisas nos viene de manos de Platón, quien en el Banquete afirma que la sacerdotisa Diotima había celebrado un sacrificio con la intención de alejar durante diez años la peste que asoló a Atenas a comienzos de la guerra del Peloponeso. En dicho diálogo Sócrates se declara discípulo de Diotima, de quien ha aprendido la doctrina de la inmortalidad del alma y las teorías de la reminiscencia y del Amor.