Las Moiras griegas y sus hermanas del norte, las Nornas

En el mito griego, la mujer aparece como dueña de la vida y de la muerte en la personificación del destino en un grupo de tres mujeres, las Parcas. El Destino es un dios ciego, hijo del Caos y de la Noche, y tiene en sus manos la urna que encierra la suerte de los mortales y de los mismos dioses; las Parcas, hijas de Temis, son las encargadas de ejecutar sus órdenes.

 

La primera de ellas es Cloto, la hilandera, que tiene en su mano una rueca que lleva prendidos los hilos de todos los colores y de todas las calidades, de seda y oro para los hombres cuya existencia ha de ser feliz, y de cáñamo y lana para los destinados a ser pobres y desdichados.  La segunda de las Parcas es Láquesis, la que dispone del destino; ella es la encargada de dar vueltas al huso en el que se van arrollando los hilos que le presenta su hermana. Y la tercera es Átropos, la inexorable, que inspecciona el trabajo de sus dos hermanas y que corta el hilo de la vida con las tijeras de la muerte cuando le place.

 

En las creencias germánicas, las tres Parcas eran las Nornas, quienes tejían la trama del destino y repartían la fortuna sobre la cuna de cada recién nacido. Sus nombres eran Urda, Verdandi y Skuld, y representaban el pasado, el presente y el futuro.

 

Las Nornas llevaban el nombre de Vala, o profetisas, ya que tenían el poder de la adivinación, un poder que se creía restringido al sexo femenino. Estas profetisas, a las que también se conocía como Idises, Dises o Hagedises, oficiaban en los santuarios forestales y en arboledas sagradas, y siempre acompañaban a los ejércitos invasores. Encabezando o mezcladas entre el ejército, conducían vehementemente a los guerreros a la victoria, y cuando la batalla había concluido a menudo cortaban el águila sangrienta en los cuerpos de los prisioneros. La sangre se recogía en grandes baldes, en los que las Dises sumergían sus brazos desnudos hasta los hombros, antes de unirse a la frenética danza con la que concluía la ceremonia.

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