Fases de la expansión visigoda en Hispania (410-621)
Este mapa muestra las fases de conquista y expansión visigoda en Hispania, diferenciadas por períodos históricos clave que describiremos a continuación. Se destacan ocho etapas:
- Control visigodo aproximado hasta 476
- Expansión hasta 507 (Batalla de Vouillé)
- Territorios visigodos bajo el reinado de Leovigildo (568-586)
- Territorios imperiales conquistados después de Leovigildo
- Reino Suevo, anexado en 585
- Regiones rebeldes entre los vascones y cántabros (570-573)
- Provincia Spania (533-624)
- Período de Sisberto (612-621)
Control visigodo aproximado hasta 476
Hasta el 476, la presencia visigoda en Hispania es limitada pero estratégica, estableciendo las bases para la expansión territorial que se consolidará en las etapas posteriores.
La primera etapa de la conquista visigoda de Hispania se extiende hasta el año 476, momento en el que el Imperio Romano de Occidente colapsa definitivamente. Durante este período, los visigodos, inicialmente federados del Imperio, comienzan a consolidar su posición en la península ibérica. Tras la derrota de los vándalos y suevos en 418, el emperador Flavio Honorio estableció a los visigodos en Aquitania y les encargó la misión de mantener el orden en la región.
Sin embargo, los visigodos no tardaron en expandirse hacia el sur, cruzando los Pirineos y estableciendo un dominio inicial en áreas estratégicas del noreste de Hispania. En este contexto, Tolosa (actual Toulouse) se convierte en el centro neurálgico del reino visigodo, consolidando su presencia tanto en la Galia como en el noreste hispano. Esta fase inicial se caracteriza por un control limitado, basado más en acuerdos y pactos que en una conquista territorial completa. Las principales ciudades bajo control visigodo incluyen Tarraco (Tarragona), Caesaraugusta (Zaragoza) y Barcino (Barcelona).
En esta etapa, los visigodos mantienen un estatus ambiguo: son formalmente aliados del Imperio, pero en la práctica actúan de forma independiente, gestionando los territorios hispanos como una extensión de su reino de Tolosa. Las instituciones romanas todavía operan en algunas áreas, aunque la autoridad visigoda comienza a imponerse progresivamente. Esta dualidad de poder es clave para entender la evolución posterior de la conquista, que avanzará hacia una unificación territorial bajo un único dominio visigodo.
Expansión hasta 507 (Batalla de Vouillé)
Esta segunda etapa es fundamental para entender cómo los visigodos pasaron de ser un poder emergente en el noreste peninsular a convertirse en la principal potencia en Hispania, a pesar de las derrotas sufridas en la Galia y las resistencias locales en el norte y oeste de la península.
La segunda etapa de la conquista visigoda de Hispania abarca desde el 476 hasta el 507, un período marcado por la expansión territorial tras la caída del Imperio Romano de Occidente y la Batalla de Vouillé. Tras la deposición del último emperador romano, los visigodos consolidan su posición en el noreste peninsular, expandiéndose gradualmente hacia el sur y el oeste. Durante este período, se produce un fortalecimiento del poder visigodo en Hispania, especialmente bajo los reinados de Eurico y su sucesor Alarico II.
Eurico, que gobernó entre 466 y 484, fue un monarca clave en la expansión visigoda. Bajo su mandato, los visigodos rompieron los últimos vínculos formales con el Imperio Romano y establecieron un reino independiente en la Galia e Hispania. Eurico consolidó el control sobre Tarraconense y Lusitania, extendiendo su influencia a lo largo del valle del Ebro y la Meseta Central.
Sin embargo, la expansión visigoda encontró resistencia en el noroeste, donde los suevos seguían manteniendo su reino independiente. Además, en la región de Vasconia, las incursiones de los pueblos montañeses complicaban la consolidación del control visigodo. A pesar de estos desafíos, los visigodos lograron mantener su hegemonía en gran parte de Hispania, exceptuando las áreas controladas por los bizantinos y los suevos.
La Batalla de Vouillé en 507 marcó un punto de inflexión en esta etapa. Alarico II, el sucesor de Eurico, fue derrotado por las tropas francas de Clodoveo, perdiendo gran parte de sus territorios en la Galia. Esta derrota obligó a los visigodos a replegarse hacia el sur, concentrando sus esfuerzos en consolidar su dominio en Hispania. La pérdida de Tolosa, que había sido la capital del reino visigodo, marcó el fin de la etapa expansionista y el inicio de un período de reorganización interna.
Territorios visigodos bajo el reinado de Leovigildo (568-586)
El período 568-586 bajo Leovigildo fue fundamental para la expansión y consolidación territorial del reino visigodo. A través de campañas militares exitosas, el rey logró unificar gran parte de Hispania bajo su autoridad, fortaleciendo la estructura política y militar del reino. No obstante, las tensiones religiosas y las rivalidades internas sembraron las semillas de futuras divisiones, que se manifestarían con mayor intensidad tras su muerte.
El reinado de Leovigildo (568-586) representa uno de los períodos más significativos en la historia del reino visigodo en Hispania, marcado por una política agresiva de expansión territorial y centralización del poder. Durante estos años, Leovigildo se propuso consolidar un reino visigodo unificado, enfrentando tanto a las regiones rebeldes del norte como al reino suevo en el noroeste y la provincia bizantina de Spania en el sur.
Uno de los primeros objetivos de Leovigildo fue establecer un control efectivo sobre las regiones del norte, especialmente las áreas ocupadas por vascones y cántabros. En respuesta a las constantes incursiones vasconas, Leovigildo fundó la ciudad fortificada de Victoriacum (actual Vitoria), un enclave militar concebido para contener a los rebeldes y proteger las rutas comerciales hacia el interior peninsular. Esta acción fue parte de una estrategia más amplia para pacificar la región y asegurar las fronteras del reino.
En el noroeste, el reino suevo representaba el último vestigio de poder independiente en Hispania. Leovigildo emprendió una campaña militar decisiva en 585 contra los suevos, logrando una victoria contundente que culminó con la anexión del territorio suevo al reino visigodo. Esta conquista no solo fortaleció el poder de Leovigildo, sino que también le permitió controlar importantes centros urbanos y rutas comerciales en la Gallaecia, consolidando así su hegemonía en la península.
Simultáneamente, Leovigildo dirigió sus esfuerzos hacia el sur, donde la provincia bizantina de Spania seguía siendo un enclave estratégico bajo control imperial. Aunque las fuerzas bizantinas lograron mantener algunas posiciones costeras en Málaga, Cartagena y Córdoba, Leovigildo lanzó una serie de campañas militares que debilitaron considerablemente la presencia bizantina. Sin embargo, la completa expulsión de los bizantinos no se lograría hasta años más tarde, bajo el reinado de Suintila.
Territorios imperiales conquistados después de Leovigildo
La expulsión de los bizantinos tras la muerte de Leovigildo consolidó el dominio territorial visigodo sobre Hispania y permitió a Suintila proclamarse como el primer rey de una Hispania unificada. No obstante, el costo económico y las crecientes tensiones internas presagiaban una etapa de inestabilidad que culminaría en la caída del reino visigodo a manos de los musulmanes.
Tras la muerte de Leovigildo en 586, el reino visigodo quedó bajo el mando de su hijo Recaredo I, quien se centró en consolidar el control sobre los territorios conquistados y en estabilizar la situación interna del reino. Sin embargo, uno de los desafíos más significativos a nivel territorial seguía siendo la presencia bizantina en el sur de Hispania.
La provincia de Spania, establecida por el Imperio Bizantino en el 533, continuaba siendo un enclave estratégico que permitía a Constantinopla mantener una influencia militar y comercial en la península. Las ciudades costeras de Málaga, Cartagena y Córdoba seguían bajo control imperial, sirviendo como bases militares y centros administrativos que amenazaban la integridad territorial del reino visigodo.
Durante el reinado de Recaredo I (586-601), el enfoque principal fue consolidar la unidad religiosa del reino mediante su conversión al catolicismo en el III Concilio de Toledo (589). Sin embargo, en el plano militar, las campañas contra los bizantinos se limitaron a escaramuzas esporádicas sin resultados concluyentes. Recaredo optó por una política de contención, evitando comprometer recursos significativos en una guerra total contra los bizantinos.
Fue durante el reinado de Suintila (621-631) cuando los visigodos emprendieron una ofensiva definitiva contra las posiciones bizantinas en el sur. Aprovechando el debilitamiento del Imperio Bizantino, acosado por invasiones persas y eslavas en sus fronteras orientales, Suintila lanzó una campaña militar decisiva para expulsar a los bizantinos de Hispania.
La ofensiva visigoda, iniciada en 624, fue meticulosamente planificada, concentrándose en la captura de enclaves estratégicos como Cartagena y Málaga. Las guarniciones bizantinas, aisladas y mal abastecidas, no pudieron resistir el embate de las tropas visigodas. Cartagena, la principal base militar bizantina, cayó tras un asedio prolongado, seguido por la rendición de Málaga y otras posiciones costeras.
La expulsión definitiva de los bizantinos en 624 representó un hito importante en la historia del reino visigodo, consolidando por primera vez el control visigodo sobre toda la península ibérica. Suintila se proclamó “Rey de toda Hispania”, título que simbolizaba la reunificación territorial bajo un único dominio.
Además del aspecto militar, la reconquista de estos territorios tuvo importantes repercusiones económicas. Las antiguas ciudades bizantinas fueron incorporadas al sistema administrativo visigodo, y los puertos recuperados permitieron restablecer rutas comerciales con el norte de África y el Mediterráneo occidental.
Sin embargo, la victoria sobre los bizantinos no estuvo exenta de consecuencias. La campaña militar había desgastado los recursos del reino, generando tensiones con la nobleza visigoda, que veía con recelo la concentración de poder en manos del rey. Esta situación sembró las semillas para futuras revueltas nobiliarias, que estallarían poco tiempo después, debilitando al reino visigodo y allanando el camino para la invasión musulmana en 711.
Reino Suevo, anexado en 585
La anexión del reino suevo en 585 marcó un punto de inflexión en la historia del reino visigodo. A través de una campaña militar rápida y contundente, Leovigildo eliminó el último enclave independiente en Hispania, unificó el territorio peninsular bajo su autoridad y reforzó la estructura centralizada del reino. Sin embargo, las tensiones religiosas y las resistencias locales continuaron siendo un desafío para la estabilidad del reino, preparando el terreno para futuros conflictos internos.
La anexión del reino suevo en 585 fue uno de los hitos más importantes en la política expansionista del rey visigodo Leovigildo. Esta conquista no solo consolidó el poder visigodo sobre la totalidad del noroeste peninsular, sino que también eliminó el último enclave independiente en Hispania, fortaleciendo la posición del monarca como unificador territorial.
El reino suevo, establecido en la Gallaecia desde principios del siglo V, había mantenido una existencia relativamente independiente a pesar de los intentos de los visigodos por someterlo. Durante décadas, los suevos habían aprovechado la fragmentación interna del reino visigodo y la debilidad del poder central para preservar su autonomía. Sin embargo, esta situación cambiaría radicalmente bajo el mandato de Leovigildo.
En los años previos a la anexión, Leovigildo había emprendido una política activa de consolidación territorial en otras regiones de la península. Tras someter a los vascones y fundar la ciudad fortificada de Victoriacum, el monarca dirigió su atención hacia el noroeste. Aprovechando un contexto de inestabilidad interna en el reino suevo, marcado por luchas sucesorias y conflictos nobiliarios, Leovigildo lanzó una campaña militar decisiva en el año 585.
La ofensiva visigoda fue rápida y efectiva. Las tropas de Leovigildo avanzaron hacia el noroeste, enfrentándose a las fuerzas suevas en varias batallas clave. El rey suevo Andeca intentó organizar una resistencia, pero fue derrotado y capturado. Con la caída de la capital sueva, Braga, el dominio visigodo se consolidó rápidamente en toda la región.
Leovigildo procedió a integrar el territorio suevo dentro del reino visigodo, reorganizando la administración local y estableciendo guarniciones militares en puntos estratégicos. Esta integración no solo tenía un carácter militar, sino también económico. Las regiones del noroeste eran ricas en recursos agrícolas y minerales, lo que aumentó significativamente el poder económico del reino visigodo.
Religiosamente, la anexión del reino suevo también tuvo importantes repercusiones. El reino suevo había sido uno de los primeros en adoptar el catolicismo en Hispania, mientras que Leovigildo seguía promoviendo el arrianismo como religión oficial del reino visigodo. Esta diferencia religiosa generó tensiones en las regiones recientemente conquistadas, ya que muchos líderes religiosos locales se resistían a aceptar el arrianismo.
Para consolidar su poder y pacificar la región, Leovigildo implementó una política de tolerancia religiosa, permitiendo a los católicos seguir practicando su fe, pero bajo una estricta supervisión visigoda. No obstante, estas tensiones religiosas continuarían latentes y se manifestarían más adelante durante el reinado de su hijo Recaredo, quien se convertiría al catolicismo en el III Concilio de Toledo (589).
La anexión del reino suevo no solo fortaleció el dominio territorial visigodo, sino que también tuvo un profundo impacto en la estructura política del reino. A partir de 585, Leovigildo comenzó a emitir monedas con su propia efigie, un símbolo del poder centralizado que aspiraba a consolidar. Esta política de unificación territorial y administrativa sentó las bases para la futura legislación unificada que culminaría en la promulgación del Liber Iudiciorum bajo Recesvinto.
Regiones rebeldes entre los vascones y cántabros (570-573)
El período 570-573 evidenció las limitaciones del poder visigodo en el norte peninsular. A pesar de las campañas militares y la fundación de nuevas guarniciones, ni los vascones ni los cántabros fueron plenamente sometidos, manteniendo sus estructuras tribales y resistiendo activamente los intentos de unificación visigoda.
El período comprendido entre 570 y 573 fue un momento crítico para la consolidación del dominio visigodo en las regiones del norte de Hispania, particularmente en las áreas ocupadas por vascones y cántabros. Estas regiones, caracterizadas por su geografía montañosa y su estructura tribal, se mantuvieron como focos de resistencia activa frente a la autoridad visigoda, dificultando la integración territorial del reino.
Durante el reinado de Leovigildo, los visigodos emprendieron una serie de campañas militares destinadas a someter a estas regiones rebeldes. Sin embargo, la estructura descentralizada y la organización tribal de los vascones y cántabros permitieron que estos mantuvieran su independencia, recurriendo a tácticas de guerrilla y emboscadas en terrenos montañosos difíciles de controlar.
Los vascones, ubicados principalmente en las zonas montañosas de la actual Navarra y parte del Pirineo Occidental, llevaron a cabo incursiones regulares contra los asentamientos visigodos en la cuenca del Ebro. Estas incursiones no solo desafiaban la autoridad visigoda, sino que también obstaculizaban el flujo comercial y militar entre la Galia y el centro peninsular. Para contrarrestar estas acciones, Leovigildo fundó la ciudad fortificada de Victoriacum, una guarnición militar concebida para contener las incursiones vasconas y asegurar las rutas estratégicas hacia el norte.
En paralelo, los cántabros, asentados en las montañas del norte, también se resistieron ferozmente al control visigodo. Las campañas militares lanzadas por Leovigildo contra los cántabros se caracterizaron por su brutalidad y extensión, pero no lograron imponer un control efectivo sobre la región. Los cántabros continuaron organizando emboscadas y ataques a las tropas visigodas, manteniendo su independencia de facto durante varios años.
La resistencia de ambas regiones reflejaba no solo la oposición a la autoridad visigoda, sino también el rechazo a la política de unificación religiosa impuesta por Leovigildo, quien intentaba consolidar el arrianismo como religión oficial del reino. Tanto vascones como cántabros se mantuvieron al margen de estos esfuerzos de unificación religiosa, conservando sus propias prácticas y cultos locales.
En términos estratégicos, la incapacidad de los visigodos para someter completamente estas regiones representaba un punto débil en su estructura territorial. Las áreas rebeldes del norte no solo actuaban como focos de resistencia, sino también como refugios para nobles y líderes opositores que desafiaban la autoridad del rey. Esta situación continuaría siendo un problema para los visigodos hasta la caída del reino en 711.
Provincia Spania (533-624)
La Provincia Spania fue un enclave bizantino estratégico que representó una amenaza constante para los visigodos, al tiempo que proporcionaba a los bizantinos un punto de apoyo en el occidente mediterráneo. Sin embargo, la incapacidad de Constantinopla para sostener una defensa efectiva y las presiones externas facilitaron su caída en 624, sellando el control visigodo sobre toda Hispania.
La Provincia Spania fue una región del sur de Hispania bajo control del Imperio Bizantino desde el 533 hasta el 624, un período que se inserta en el contexto de la política expansionista del emperador Justiniano I. La conquista de Spania fue parte del ambicioso proyecto de Justiniano para restaurar el antiguo Imperio Romano de Occidente, integrando territorios perdidos a manos de los pueblos germánicos.
El establecimiento de Spania comenzó con la expedición de Belisario, quien, tras recuperar el norte de África del dominio vándalo en el 533, dirigió sus esfuerzos hacia el sur de Hispania. Aprovechando las luchas internas entre los visigodos, las fuerzas bizantinas ocuparon estratégicamente ciudades costeras clave, incluyendo Málaga, Cartagena y Córdoba. Estas ciudades actuaron como puertos fortificados, permitiendo a los bizantinos mantener una comunicación fluida con el norte de África y Constantinopla.
La provincia se estructuró bajo un sistema de administración militar dirigida por un dux (duque) o magister militum, quien supervisaba tanto las cuestiones civiles como militares. Esta estructura estaba destinada a asegurar el control sobre las áreas ocupadas, pero también a proyectar la influencia bizantina hacia el interior peninsular. Sin embargo, la provincia nunca logró expandirse más allá de las áreas costeras y sus alrededores, debido a la resistencia visigoda.
Durante las décadas siguientes, los visigodos emprendieron numerosas campañas para recuperar las ciudades ocupadas por los bizantinos. Reyes como Atanagildo y Leovigildo intentaron sin éxito desalojar a las fuerzas bizantinas, quienes mantenían sus posiciones mediante el refuerzo de guarniciones y el envío de contingentes militares desde Constantinopla. Esta situación creó un estado de guerra intermitente, con ataques y contraataques en territorios fronterizos.
En términos económicos, la Provincia Spania fue un enclave comercial estratégico, permitiendo a los bizantinos controlar el tráfico marítimo entre el Mediterráneo occidental y el norte de África. Además, las ciudades ocupadas servían como centros administrativos y de recaudación de impuestos, proporcionando ingresos sustanciales al Imperio Bizantino.
Religiosamente, la provincia se convirtió en un punto de contacto entre el catolicismo predominante en Hispania y la ortodoxia bizantina. Los gobernadores bizantinos intentaron imponer la ortodoxia religiosa, pero sin demasiado éxito, dado el arraigo del catolicismo en las áreas hispanorromanas. Esta divergencia religiosa fomentó tensiones y conflictos locales que facilitaron el avance visigodo en décadas posteriores.
El declive de la Provincia Spania comenzó a hacerse evidente a finales del siglo VI, cuando el Imperio Bizantino empezó a concentrar sus recursos militares en las guerras contra los persas y la creciente amenaza de los eslavos y ávaros en los Balcanes. Esta situación debilitó la capacidad bizantina para mantener sus posiciones en Hispania, lo que fue aprovechado por los visigodos.
En 624, Suintila, el rey visigodo, lanzó una ofensiva definitiva contra los bizantinos, logrando la captura de Cartagena y otras ciudades costeras. Esta victoria marcó el fin de la presencia bizantina en Hispania y permitió a los visigodos consolidar su control sobre la península, unificando el territorio bajo un único dominio visigodo.
Período de Sisberto (612-621)
El período de Sisberto (612-621) fue un intento fallido de centralización del poder real frente a una nobleza cada vez más autónoma y un contexto religioso en transición. Sus políticas, aunque bien intencionadas, no lograron consolidar la unidad del reino y evidenciaron las fracturas internas que culminarían en la caída del dominio visigodo en Hispania.
El período de Sisberto (612-621) se inscribe en un momento clave para el reino visigodo de Hispania, marcado por la consolidación del poder real y el intento de centralizar la autoridad frente a las crecientes tensiones internas. Sisberto accedió al trono tras la muerte de Gundemaro y su reinado se caracterizó por un fuerte control militar y una serie de reformas administrativas destinadas a fortalecer la figura del rey frente a la nobleza.
Desde el inicio de su mandato, Sisberto se enfrentó a numerosos desafíos internos. La nobleza visigoda, que se había fortalecido tras las sucesivas luchas dinásticas, ejercía un poder considerable en sus territorios, actuando de facto como señores feudales y resistiéndose a cualquier intento de centralización. Sisberto intentó contrarrestar esta fragmentación del poder mediante una serie de medidas legislativas y la designación de oficiales leales en posiciones clave.
Uno de los aspectos más destacados del reinado de Sisberto fue su intento de consolidar el control sobre las provincias del noroeste, especialmente en la región vascona, donde las incursiones locales continuaban siendo una amenaza constante. Para asegurar el control de esta región, Sisberto ordenó el establecimiento de guarniciones permanentes y promovió la construcción de fortificaciones, aunque con resultados dispares.
En el ámbito religioso, el reinado de Sisberto coincidió con un momento de creciente tensión entre el arrianismo, aún arraigado entre ciertos sectores visigodos, y el catolicismo, que se consolidaba como la religión oficial del reino. Sisberto, aunque no persiguió directamente a los católicos, sí favoreció a los sectores arrianos, lo que generó descontento entre el clero católico y las élites hispanorromanas.
En términos legislativos, Sisberto impulsó la creación de un código legal unificado que integrara leyes tanto para visigodos como para hispanorromanos, anticipando lo que más tarde se formalizaría en el Liber Iudiciorum. Sin embargo, estas reformas no lograron imponerse completamente debido a la resistencia de la nobleza y a la inestabilidad política.
El final del reinado de Sisberto estuvo marcado por su asesinato en el 621, un acto que evidenció las profundas divisiones internas del reino visigodo. La incapacidad de Sisberto para consolidar un poder centralizado y pacificar las regiones periféricas debilitó significativamente el reino, preparando el terreno para futuros conflictos sucesorios y allanando el camino para la eventual invasión musulmana en el 711.
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