Las mancias en la Antigüedad

¿Dónde hay una nación, dónde un cuerpo político
que no se deje influir por las predicciones que hacen
los arúspices, los augures, astrólogos y adivinos?

De divinatione, Cicerón

 

En todos los pueblos y épocas se ha deseado conocer el futuro por toda clase de medios y la interpretación de los presagios ha sido una de las mayores preocupaciones tanto de reyes, como de héroes como de la clase más baja de la sociedad.

Durante toda la Antigüedad se creía que los presagios y las adivinaciones eran obra de los dioses, y el porvenir, oculto tras un velo, podía ser penetrado por ciertas personas que incluso podían descorrer dicho velo y mostrar el futuro. Las principales protagonistas fueron las sacerdotisas de los santuarios de la Hélade, cuya principal función durante siglos fue esclarecer el futuro de los peregrinos. Ellas podían leer el porvenir, y lo hacían a través de una conexión con lo divino, a través de la teopneustia.

Los antiguos consideraban que la mántica era lo contrario de la memoria, con lo que querían decir que una hace relación al futuro y la otra al pasado. De por sí la palabra mántica no guardaba ninguna relación con los dioses siendo su principal característica el hecho de producirse en estados próximos a la muerte, entrando en contacto pues con entes inferiores, también llamados espíritus.

Pero dentro de la mántica también se podían distinguir dos clases, la primera, la mántica de orden inferior, estaba bajo el patrocinio de Hermes, el mensajero de los dioses que trasladaba las fórmulas mánticas a un lugar más cercano a los dioses. La segunda, la mántica superior estaba bajo la protección de Apolo, el dios que dio a Casandra sus dotes proféticas.

Dentro de la mántica de Hermes se incluían los fenómenos celestes, que iban desde los fenómenos atmosféricos como el trueno, el rayo y los eclipses solares, hasta la aparición de las aves y su modo de volar. Las aves formaban el acompañamiento de ciertos dioses, como por ejemplo los cuervos de Apolo o el búho de Atenea, por lo que su manera de comportarse suponía la voluntad de la deidad correspondiente. Aristófanes, en su obra Las aves, muestra la importancia de esta mántica, cuyas raíces se remontan a tiempos prehistóricos y se basan en el modo ancestral de interpretar el porvenir de los pastores y los cazadores.

La mántica de Hermes ofrecía multitud de métodos para conocer el futuro, ya fuese por lotería, por palitos y piedras, por un cedazo o por conchas, por las líneas de la mano, por los rasgos de la cara, por la actuación de gallos amaestrados, por las llamas, etc. En el templo de Delfos había por encima del trípode sagrado un platillo con las suertes, y cuando Apolo (esto es, la pitia) pronunciaba el oráculo, se alborotaban y saltaban estas piedrecitas como  participando en el momento.

La adivinación por los sueños también tuvo gran importancia considerándose que los sueños eran enviados por un dios, por lo que pasaban a ser considerados como una revelación superior. Aristóteles los considera como puramente demoníacos, pues de enviarlos un dios se darían también durante el día y  a los sabios y no a cualquiera. Pero en hecho es que la interpretación de sueños se convirtió en un verdadero negocio en las ciudades de la Hélade.

En los sacrificios rogatorios un arúspice leía en las entrañas del animal sacrificado deduciendo que el sacrificio era grato a la divinidad. También tenía carácter de presagio el comportamiento del animal victimado, el trozo suyo quemado en el altar y la forma de la llama , que era objeto de un arte especial de mántica, la empiromantía.

 

 

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